Lo de que el budismo da la felicidad ya lo sabíamos desde hace tiempo.
No en vano, en el año 2007 unos neurólogos de la Universidad de Wisconsin
declararon al monje budista francés Matthieu Ricard el hombre más feliz del mundo.
Pero como dice el refrán castellano, "ninguno de su saber se ufane
pues a todo hay quien gane".
Y es que el, también budista, monje Luang Phor Plan se ha pasado
tres pueblos siendo feliz... hasta la muerte y más allá.
Luang murió de viejo el pasado 16 de noviembre de 2017, a los 92 años,
en un hospital de Bangkok, sin perder en ningún momento su extática sonrisa.
Aunque el alegre monje era oriundo de Camboya, su cuerpo fue trasladado
a un templo budista de la provincia tailandesa de Lopburi,
donde el interfecto ejerció de guía espiritual durante décadas.
Foto: Metro UK.
Los discípulos de Luang no lo enterraron, para seguir la milenaria
tradición de rezar ante el cadáver del finado durante los 100 días
posteriores a su muerte, tras lo cual oficiarían el funeral definitivo.
Transcurridos dos meses desde su fallecimiento, los discípulos procedieron
a cambiar la túnica del cadáver, que ya empezaba a oler,
cuando se encontraron con que el difunto seguía sonriendo como cuando
estaba vivo y que su cuerpo permanecía casi incorrupto.
A juzgar por su aspecto, parecía que el monje llevaba muerto un día y no dos meses.
Alucinados, los monjes budistas llamaron a las autoridades sanitarias,
y propios y extraños se apresuraron a hacerse fotos junto al risueño fiambre de Luang para compartirla en redes sociales. Sus motivos eran frívolos, pero también teológicos:
pretendían demostrar que la sonrisa y la incorruptibilidad del maestro son síntomas de que ha alcanzado el nirvana. Y no iban desencaminados pues, en el fondo, la verdadera religión consiste en transmutar el mal rollo en risa.
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