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Adiós a los manuscritos




Adiós a los manuscritos



La era tecnológica, que corresponde a un tiempo de apremios,
en que los escritores se sientan frente a su computadora
y van tramando el hilo de su creación poética y plasmando,
quizás, los versos mejores de alguna mañana de inspiración,
ha dejado atrás la poesía escrita con bolígrafo en papeles,
y las cartas de amor sobre las que se inclinaban los vates enamorados.
Me viene a la memoria el libro Cartas a Katherine Whitmore,
una recopilación de misivas escritas por el gran versificador Pedro Salinas.

En la correspondencia con los escritores de su generación no se menciona
siquiera el nombre de Katherine, quien, en determinada época,
fue alumna (enamorada) del profesor Pedro Salinas.
Cuando Margarita Bomnatí, su esposa, se entera de
la relación amorosa, intenta suicidarse. También a Margarita,
la madre de sus hijos, Pedro escribió una carta de amor por día.
El epistolario fue publicado con el nombre de Cartas a Margarita.
Sus manuscritos, los otros, los prohibidos,
fueron publicados después de la muerte de Katherine.
Qué de sentimientos tan alados como insospechados
despertó esa mujer culta y hermosa, ¡ay!, en Pedro Salinas.
El autor de las cartas deja su impronta de amor, de deseo,
de éxtasis y de apremio en cada línea. Y las palabras, las frases,
plenas de fervor poético, muestran no solamente un corazón enamorado,
sino aquella manera casi perfeccionista del autor por ir mostrando su corazón desnudo al acecho.

Son una obra de arte las cartas a Katherine Whitmore,
que están datadas entre 1932 y 1947.
El ambiente del libro está impregnado de deseos incumplidos,
desesperanzas que se tragan a las esperanzas, y, por otra parte,
un movimiento del alma que busca entender los sentimientos de la amada tan ausente,
tan invadida por la lejanía.
No creo exagerar si digo que esa correspondencia tiene el mismo valor
literario que sus poemas incluidos en el texto La voz a ti debida.
Pabo Neruda, autor de Los versos del capitán, ha dejado una
enorme cantidad de papeles en los que fue trazando poemas
dedicados a Matilde Urrutia, su amada “clandestina”.
El poeta chileno nos dice, nos cuenta que mucho se discutió
sobre el carácter anónimo del texto.
Rosario de la Cerda, una romántica figura inventada por Neruda,
en una carta con fecha de 3 de octubre de 1951, le “comunica” al editor que
tenía todos los originales de los versos.
En realidad, el escrito salido de una “pulsación femenina” sería la carta
de las ediciones de Los versos del capitán.
Con un decir un poco profano,
propio de los corazones sumisos y enamorados,
Rosario de la Cerda va contando cómo cayó enamorada
del hombre que vino de la guerra, abrazado al partido de
“Pasionaria”, buscando, y cuánto, ilusiones y esperanzas
para un pequeño país de Centroamérica.
Pero volvamos a las cartas, a los manuscritos:
Ah…, esas líneas escritas en tinta verde y roja y negra y también
en teclas de máquina de escribir fueron concebidas en los
sitios más diversos, extraños e impensados como trenes,
aviones y, por supuesto, cafés.
Llama la atención el impulso creativo que no necesita más
que unas pocas y pequeñas correcciones. Es que el amor,
mejor dicho el enamoramiento, no precisa enmendaciones.
Los versos, las líneas van saliendo como panes calientes,
y esas hogazas son ya suficientes para calentar el hogar de los amantes.
Se diría que el poeta chileno se vació en la obra, pues viendo,
haciendo una revisión de los manuscritos, se encuentra
casi todo el conjunto del libro armado.
Rosario de la Cerda, dando muestras de un notable sentido
del “método y de la tenacidad”, le escribe al “Estimado Señor” diciéndole que
aquellos manuscritos, algunos casi ilegibles,
han podido ser descifrados por ella. Se teje así, repito, una
trama poética para encubrir una verdadera historia de amor que tiene tres vértices
muy delicados y expuestos: Delia del Carril,
Matilde Urrutia y Pablo Neruda.
Aquellas letras preciosas, tan bien definidas del autor de
Veinte poemas de amor y una canción desesperada, aquellas
confesiones íntimas que son casi un hostigamiento para la criatura
amada constituyen la mejor poesía hasta hoy conocida.
No sabría cómo explicar el nacimiento de Los versos del capitán.
Es un conjunto de papeles, de servilletas…
Me quedo con la sensación de tener un recuerdo
de una época de oro. Es mejor así.
Delfina Acosta



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